Tenía que ocurrir, estaba cantado.
Para mí, el verano acaba cuando se termina la jornada intensiva. Y aunque llevo muchos días ya sin jornada intensiva de un modo oficioso, el mero hecho de que ya sea oficial es suficiente para deprimir.
En cierto modo tenía ganas de que llegara septiembre, porque el verano supone un cierto parón, y si al final no tienes muchas vacaciones, pues tampoco es que te sirva de mucho que haya cuarenta grados a la sombra. Bueno, por eso y porque el 30 de septiembre empiezan mis vacaciones. Si todo va bien, octubre lo inauguro en México.
Además, tengo muchos proyectos en mente, y necesito que vuelva la cotidianidad a mi vida. De hecho, hay ciertos aspectos en los que casi me viene bien el que me hayan vuelto a poner una mesa en la oficina. Los caminos de ida y vuelta en bus son una fuente de inspiración, y es uno de los pocos momentos de reflexión que me quedan de aquí a final de año.
El curso empieza con ganas, vivo un pico de trabajo, tengo alguna que otra espinita clavada, alguna incluso empieza a enquistarse del tiempo que lleva ahí, y lo peor es saber que a corto plazo no la voy a sacar. Soy un mierda.
Definitivamente, estoy viviendo un momento curioso, por muchos motivos. Digo yo, que eso es lo que cuenta ¿No? Si total, ahora que sé que es posible que un agujero negro surja del coqueteo de unos científicos europeos con los protones acelerados, vivo cada día como si fuera el último. En cualquier momento, la Tierra podría desaparecer bajo mis pies, absorbiéndome hacia un punto de densidad infinita. Que digo yo que eso tiene que molar, y puestos a morir, pues que sea de un modo espectacular.
Y acabo de ver un anuncio que dice que en 7 días empieza Gran Hermano 10... Espero que esos frikis de los protones se den prisa.
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