domingo, 6 de enero de 2013

Cinco años


Aunque técnicamente fue ayer, yo aun no me he acostado, y considero que hoy se han cumplido cinco años desde que me subí por primera vez a un escenario a hacer un monólogo.

En estos cinco años se puede decir que me ha pasado un poco de todo. Desde vivir la sensación indescriptible de hacer a más de mil personas estallar en una carcajada, hasta sentirme absolutamente imbécil debajo de un foco. A veces, con solo un día de diferencia entre una cosa y la otra.

La incertidumbre siempre te acompaña, el miedo a fracasar, la soledad de la carretera, la ilusión de una noche increíble y sobretodo el amor por la comedia. Porque a la comedia hay que amarla. Si no, no sobrevives a ella. Te exige demasiado, el precio es elevado, y cada una de las muchas satisfacciones que te ofrece las pagas con creces con otros tantos sacrificios.

El vértigo de no saber qué pasará dentro de un año, la inquietud de una agenda vacía a unos meses vista, la necesidad de crecer, de mejorar, de evolucionar, hacen que tengas la mente siempre alerta. Y al mismo tiempo la libertad de dibujar cada día tu propio camino, sin jefes, sin rutina fija, con tiempo para crear, aprender, divagar o simplemente ser un espectador de lo que te rodea. Observar la vida cotidiana que fluye a tu alrededor, y permitirte reflexionar sobre lo humano y lo divino, siempre con la idea de encontrar el punto de vista cómico. Porque eso es lo mejor que te ofrece la comedia: que a todo le quieres ver la parte divertida. Y termina por convertirse en una filosofía de vida. Aunque también es cierto que no siempre es suficiente, ni siempre se consigue.

Soy afortunado por dedicarme a lo que me gusta, por poder vivir experiencias increíbles, y al mismo tiempo soy esclavo de esta vida que he elegido, y que no deja de ser un veneno al que cuesta renunciar.

Gracias por dejarme pisar cada escenario, por cada risa, por cada aplauso y hasta por cada reproche, porque todos y cada uno de ellos son el fruto de mucho esfuerzo.

Nos vemos en los bares.

sábado, 5 de enero de 2013

La letra pequeña


Hace un par de días estuve oyendo en el telediario las grabaciones de las llamadas al SAMUR que se realizaron desde el Madrid Arena, la famosa noche de la avalancha humana.

No voy a entrar a calificar el tono empleado por el operador del SAMUR. Él mismo ha dicho claramente que no está capacitado para desempeñar ese puesto. Imagino que el SAMUR habrá tomado las medidas adecuadas al respecto, y ya no ocupa dicho puesto. Ahora cabe preguntarse qué criterios emplean en el SAMUR para asignar puestos a sus empleados, porque está claro que la capacitación no es uno de ellos.

No sé si por la oleada de críticas, o por vergüenza, el caso es que el tipo ha reconocido que no vale para el puesto. Pero lo que ocurrió aquella noche en el Madrid Arena tiene toda una lista de responsables, que no se limita a un operador del SAMUR absolutamente incapaz. Desde los directivos del SAMUR, hasta el empresario organizador, pasando por los políticos que autorizan o deniegan dichos eventos, se podría decir que hubo una oleada de errores que derivó en aquella tragedia. Y hasta es posible que de haberse hecho de forma correcta hubiera podido ocurrir aquello, porque no se puede prever todo, pero el caso es que se hizo casi todo mal.

A mí lo que me llama la atención es que, por lo visto, el único que parece entonar el mea culpa (y a medias) es el susodicho operador. Porque el resto parece adjudicar la culpabilidad a la mala suerte.

Y me llama poderosamente la atención la facilidad con que nuestra ahora alcaldesa Ana Botella esquiva toda responsabilidad. Y pensando en ello, he llegado a la conclusión de que para sentirse responsable, hay que ser una persona responsable. Y a todas luces, nuestra “querida” alcaldesa no lo es.

Creo que en Madrid, hemos aprendido una buena lección. Y es que cuando uno vota a un alcalde, hay que mirar también el resto de la lista del partido, porque somos mucho de votar a personas, más que a partidos, y luego pasa lo que pasa. Y al final no es muy diferente esto de votar a un alcalde de otro tipo de gestiones, como firmar un contrato. Hay que leer bien la letra pequeña, porque si no, luego no valen las reclamaciones.

En Madrid, nos han colado una alcaldesa, en forma de letra pequeña, cuya única capacitación política es la de cohabitar con un señor que llegó a ser presidente del gobierno. Que sí, que es un mundillo que no le resulta ajeno, pero que no es lo mismo estar cerca de algo, que saber de algo.

La diferencia fundamental entre Ana Botella y el operador, es que el operador ha reconocido que está en un puesto para el que no está preparado, y que no le corresponde. Pero claro, pedirle honestidad a un político es algo muy pretencioso, y por lo visto, pedírselo a su señora, también.