martes, 20 de julio de 2010

Itinerarios

A veces se dan circunstancias en la vida que te hacen vivir experiencias curiosas, otras simplemente el destino se confabula para enredar las cosas y complicarlas un poco.

Estos días he tenido la suerte de estar en la provincia de Girona, y aunque no he podido disfrutar del entorno como hubiera querido (menuda novedad), algo siempre queda.

Lo malo es que yo no sabía que iba a la zona de Girona, así que me pillé un vuelo a Barcelona. Esto supuso que, además del vuelo y el autobús hasta la Plaza de Cataluña, tuve que pillarme un tren en la renfe de Paseo de Gracia hasta Girona, que por horario me tocó un regional de los que hacen paradas por un tubo, lo que supuso algo más de hora y media de viaje.

Si a esto, que de por sí ya es un meneo en condiciones, le sumas que los controladores aéreos se han puesto todos malitos a la vez (mira tú qué cosas), lo que provocó un retraso de dos horas en mi vuelo, pues tienes una bonita combinación. Porque ya el hecho de cogerte un metro y llegar hasta la T4, que en mi caso implica dos transbordos, es una aventura. Y ojo, me doy con un canto en los dientes de que no me coincidió la huelga de metro.

Esto supuso salir de mi casa a las 9 de la mañana, y llegar al hotel en Girona a las 17:00. Si mis cálculos son correctos, en coche me habría salido mejor las cosa. Aunque para la próxima imagino que bastará con que el vuelo sea directo a Girona para mejorar los tiempos.

El caso es que le primera noche actué en Figueres, y al terminar regresé a Girona, al hotel. Y aquí empieza la aventura.

Al día siguiente tenía que actuar en Malgrat de Mar, que es el último pueblo de Barcelona, antes de entrar en Girona. De allí, al terminar, no regresé al hotel, puesto que tenía que estar en el aeropuerto de El Prat a las 6:00am, por lo que diréctamente me llevaron al aeropuerto (gracias Gerard!!). Saqué la tarjeta de embarque en un dispensador automático, pasé el control, y me senté en una cafetería que estaba abierta a tomarme un café y un croissant. Acto seguido me fui a la zona de las puertas B, con la idea de echarme en un banco a dormitar, pero ¡Oh sorpresa! Los bancos del Prat tienen brazos separando cada asiento. Imposible echarse, así que acerco dos bancos, pongo el cuerpo en un asiento, la cabeza sobre uno de esos brazos puñeteros, y los pies (sin zapatos, que uno es cívico) en el banco de enfrente.

Como soy un maniático de la seguridad, me amarro una gomilla que llevo para hacerme la coleta (que en breve regresará a mi vida) al asa de la maleta, porque lo último que necesito es despertar y no tener maleta, y como puedo intento dormir.

Debí conseguirlo en algún momento, porque a pesar de tener la sensación de que no había dormido, el tiempo pasó lo suficientemente rápido como para convencerme de lo contrario. A las 6 me levanté, me agencié otro café y otro croissant, y cuando terminé, mi avión estaba embarcando gente.

El dios de la fortuna hizo que el avión no estuviera completo, y que los asientos de las puertas de emergencia estuvieran libres, y en cuanto cerraron la puerta me cambié de sitio, así que mantuve la circulación sanguínea en las piernas durante todo el vuelo.

Y el motivo de haber cogido el vuelo tan temprano no era otro que poder estar en Madrid a tiempo de recoger mi coche, y zumbar para Ferrol, donde mi amigo Jesús se casaba con Nerea. Encima pude juntarme con mis amigos de toda la vida, lo que hizo que la boda fuera una fiesta en toda regla. Esto, por supuesto, después de 600 kilómetros de coche, sumados a mis maravillosos instantes aeroportuarios, mis trenes, etc.

Y al día siguiente, a las 11 en planta para desayunar, y coger el camino de vuelta a Madrid, ya que por la noche tenía que estar en Villalba, donde terminé quedándome hasta las tantas de la mañana, de cháchara con unos amigos, y el mago Miguel Miguel. Cuando por fin cogí la cama, la mía, la de casa, fue como una bendición.

Está claro que hay combinaciones mejores, pero las cosas salieron así. Al menos, lo fundamental, salió bien: Gracias a la gente del Mon de Nit en Figueres, a la gente del Opium de Malgrat de Mar, y que vivan los novios, mis amigos y la peña del Massai Café de Villalba. Sin vosotros estos cuatro días habrían sido simplemente una paliza.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

la version moderna y mas estresada del programa de Labordeta

M.

Pitu dijo...

Después de todo el verano, puedo decir sin duda que el tuyo fue el mejor monólogo que se ha presenciado, al menos creo yo, en el Opium de Malgrat, por encima incluso que del laureado Tony Moog, y después de leerme lo ajetreado del viaje le da sin duda aún mas mérito.

Estaremos yo y los míos atentos a más apariciones por girona o barcelona..¡grande!

Salomón dijo...

Pitu, muchas gracias por tu comentario!!

La verdad es que el Opium es un sitio estupendo, y me recibisteis con muy buen rollo desde el primer momento, y eso es una gran ayuda, la verdad.

Supongo que lo bueno de la comedia es que a unos les gustan más unos, y a otros otros, eso está bien para que podamos trabajar todos, jaja! Y es un honor que me digas esto, sobretodo porque yo idolatro a Toni Moog, porque creo que es un monstruo en el escenario, y un tío tremendamente divertido.

Espero que volvamos a coincidir, y si me saludas, te invito a tomar algo :oD

Abrazotes!!