viernes, 21 de septiembre de 2007

Un día redondo

Está claro que lo que mal empieza, mal acaba.

Ayer estuve reflexionando sobre algunas cosas. Me preguntaba, por ejemplo, cómo era posible estar treinta minutos esperando un autobús en la plaza de Cuzco a unas horas en las que se supone que hay uno cada 5-7 minutos. Me imaginaba un Madrid olímpico, repleto de visitantes, colapsado, mientras los habituales de la zona resoplabamos oteando el horizonte, en busca del bendito transporte público al que tanto apelan nuestros gestores. Y no nos engañemos, yo abogo por el transporte público, pero también por una calidad de vida, y eso incluye no perder media hora de mi vida suspirando en un banco, cual Penélope en la estación (canción que me encanta, por cierto).



El caso es que anoche, en casa, me puse a charlar con mi hermana de lo humano y lo divino. Estaba relajado, con la guardia baja. Tal vez por eso no me percaté de lo que estaba ocurriendo. Poco a poco, me fui dejando atrapar por la sucesión de acontecimientos que se venían perpetrando en mi pantalla (una de plasma cojonuda que tengo en el salón). Cuando quise darme cuenta, estaba completamente pendiente de dos gemelas rubias, un transexual, una panda de veinteañeros hiperactivos y Mercedes Milá haciendo de maestra de ceremonias.

Nunca he sido seguidor de Gran Hermano, salvo quizá del primero, y a cachos (no tengo tanta paciencia). Pero de ahí en adelante, ha nacido toda una subcultura, con vocabulario propio incluido, que hace que no me reporte el más mínimo interés. Los chavales ya saben lo que ocurre fuera, se ha perdido la inocencia del primero, y nos inundan con palabras como "confesionario", "nominaciones", "edredoning", "pacto", etc.

Desde el primer momento ya saben a lo que van, lo que vende, lo que ocurrirá cuando salgan... es un sistema dibujado. Ya tenemos lista la nueva remesa de parásitos televisivos. Lo peor, es que son jóvenes y con las hormonas activas. Esto provocará que cuando salgan se relacionen con otras personas, que serán añadidos a la lista de parásitos que alimentan a los programas "del corazón" (creo que el nombre es adecuado, porque para mí representan un infarto televisivo).

Y sin ambargo me reí con el programa de ayer. Me hacían gracia el chico negro y el italiano, eran divertidos. La gallega enamoradiza, la transexual que me sorprendió al salir de la casa, por su saber estar en el plató, las gemelas (a las que entiendo gracias a este oído entrenado durante años en mis tierras gaditanas), en fin, todo un plantel de personajes que me retuvieron despierto una hora y pico más de lo normal.

Al final me acosté con una sensación extraña. Por un lado estuve entretenido, pero por el otro sigo estando en contra de estas fábricas de famosillos cutres. Ayer fue un día de excesos, sin duda.

Está claro que no hay que confiarse cuando uno se sienta delante de la tele... por si acaso. Y por si acaso también, hoy he venido en metro.

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