Ayer volví a vivir una noche de comedia rural.
Esta vez estuve en El Real de San Vicente, en Toledo. Un pueblecito de menos de mil habitantes (aunque imagino que en verano la cosa cambia).
Mientra iba en el coche hacia allí, pensaba en los cómicos de antaño, que iban de pueblo en pueblo con su espectáculo. Y no es que me sintiera identificado con ese tipo de vida, de la que ando bastante alejado, pero me hizo pensar en lo mucho que ha cambiado el oficio en algunos aspectos, y sin embargo, aun hay cosas que sobreviven. Empieza a gustarme esa sensación de no saber con qué te vas a encontrar en las actuaciones, con lo que me gusta a mí saberlo todo de antemano, siempre planificando. De todas formas, la gente estaba de muy buen rollo, y aunque la actuación fue un poco larga (terminamos casi a las 4), me lo pasé muy bien.
El día de ayer fue muy cansado. A las 7 de la mañana salí para Valladolid, a una reunión en el parque tecnológico de Boecillo, y cuando llegué a Madrid de vuelta, un compañero me llamó para que fuera con él a la actuación. Terminé compartiendo escenario con Ivan Rey y Enrique el Grande, y cuando por fin me acosté, el reloj ya marcaba las 5 de la mañana.
Hay días que se hace duro querer estar en misa y repicando...
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